La Orden del Quetzal entregada a Ricardo Arjona hace una semana, llama a la reflexión sobre el valor que las personas, como centro de nuestra sociedad, dan a la simbología de la Nación. Es un punto en la historia de cada condecorado en que el país hace un alto para saludar y reconocer a quien hace algo bueno por nuestra nacionalidad. Es por eso que la condecoración crece y se valora cuando es correctamente entregada a personas que dan un ejemplo o abren un espacio histórico para atraer la atención de la sociedad sobre aspectos valiosos y positivos para Guatemala.
El grado de Gran Collar fue establecido para presidentes desde el gobierno del general Jorge Ubico (1931-1944), y tan solo el recién desaparecido cardenal Rodolfo Quezada Toruño y ahora Ricardo Arjona han recibido esa distinción sin ser mandatarios de países amigos. Ellos dos son personajes que han hecho aportaciones importantes para que esta nación sea mejor cada día. El cardenal encabezó la comisión de paz que medió entre el Gobierno y la insurgencia para terminar con la guerra de 36 años. El artista ha presentado ante el mundo una visión diferente de la percepción que de nosotros tiene la comunidad internacional, llevando su arte e inspiración a millones de personas que hoy lo identifican inequívocamente como un buen y gran guatemalteco. Su canto retrata los sueños de muchos, reflejados con esa óptica tan especial que tiene la generación de los 60 y 70, rebelde, romántica, humana, desafiante a la adversidad e indómita ante todo desafío.
Por eso es que cuando el Gobierno condecora a Ricardo Arjona se completa la ecuación: sin duda alguna, el popular y carismático guatemalteco —yo creo, el más universal de todos— sirve de ejemplo al resto de la Nación, sobre sus valores humanos, su decisión por alcanzar un sueño, su humildad como persona, su compromiso con nuestra bandera y el esfuerzo personal que hace por llevar al mundo una visión diferente sobre lo que es nuestro país, más allá de las noticias negativas, más allá de los ataques de quienes lucran con el desprestigio de Guatemala.
Desde siempre he admirado al famoso cantante más allá de su arte. Creo que es una persona de espíritu fuerte, con valores que muchos tenemos y que nos hacen sentir confortablemente bien representados en el mundo. Conmueve a todos durante el discurso de aceptación de la Orden del Quetzal, cuando dedica la condecoración a la memoria de su ya fallecido padre. Ese es el Arjona que se gana el aplauso en todo el mundo. El Arjona humano, hijo de familia que creció amándose, luchando todos por un mundo mejor. Es el Arjona universal, que ha lucido siempre con orgullo la identidad guatemalteca con su forma de ser. Es el merecedor de la máxima condecoración que el Gobierno otorga.
Me alegra que la condecoración crezca sobre el prestigio y el trabajo de Arjona, porque es motivo de orgullo para todos. Como los fue cuando la recibieron Roberto González Goyri, Tere de Zarco, Diego Molina, Manuel Colom Argueta, Aldo Castañeda, Tasso Hadjidodou y Juan Carlos Plata, muchos de ellos ya fallecidos. Las aportaciones de todos ellos a la vida nacional han sido una muestra de amor por esta nación y un ejemplo para quienes llegan a conocer su vida e interesarse por sus logros.
Hoy es Arjona quien engalana la Orden. Hoy es el país el que la agradece por su trabajo, ese tan intenso como el que muchos realizan día y noche en el campo, en la ciudad y en todos los órdenes de la vida nacional para construir una mejor Guatemala.
Guatemala, 27 de Marzo, 2013
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