El dilema de amanecer cada día, con el estomago vacío y sin esperanza alguna, sigue acompañando cada noche a un importante porcentaje los habitantes en el planeta, sumidos estos en la pobreza y el abandono. Pese a los anunciados programas de compensación social, tan de moda en varios países.
Para buena parte de los teóricos sociales la culpa la tendrán siempre los políticos conservadores, aquellos que propongan el modelo económico liberal, porque durante mucho tiempo en sus planes no existió la masa abandonada sino solo se le vio como un vehículo de trabajo. En parte hay algo de razón en esto: el hecho que hasta ahora se hable de responsabilidad social empresarial en muchas de las grandes industrias y hasta en los planes de gobierno confirma que esa teoría tiene algo de cierto. Es una verdad amarga que no podemos soslayar.
Sin embargo, repartir culpas a estas alturas solo permitirá una cosa: empezar una nueva discusión sobre que hacer para que esa realidad amarga cambie.
Mientras esta discusión se desarrolla, el tiempo corre y las noches de estómago vacío y amanecer sin esperanza suman cada día más niños desnutridos, elevan los indicadores de morbilidad y nos llevan a paso acelerado a la repetición de escenas dantescas en zonas del mundo de altísimo riesgo alimentario y donde niños y personas de toda edad fallecen de hambre en el anonimato total como ocurre hoy día en naciones como Venezuela, Guatemala, Haiti y varias naciones en Africa Subsahariana.
El que la prensa haya olvidado ese drama no siginifica que no exista. Los índices de desnutrición y pobreza siguen crecciendo en algunas de las naciones que he mencionado y las naciones desarrolladas del mundo deben volver su mirada a ello para visibilizar de nuevo una tragedia que es inadmisible en pleno siglo XXI. Y recalco la palabra deben porque el tiempo para los pobres no se mide en grado de escolaridad alcanzado ni en tratados de libre comercio para abrirles nuevos mercados, ni en logros políticos de gobiernos de derecha o izquierda; para ellos el tiempo se mide en incontables noches de total abatimiento.
Si a los conservadores se les critica por haber creado riqueza, a los revolucionarios se les critica también por no haber logrado ni eso; ambos tienen su cuota histórica de responsabilidad, porque al fragor de la batalla ideológica por el poder, se olvidaron que este tiene una misión sagrada, única e indelegable: generar bienestar para todos.
Ahora que la realidad es tan obvia y el hambre campea, y esas sociedades convulsionan. Nos aparecen noticias de quienes protestan por que tienen trabajo y quieren mas salarios, los que tienen vivienda subsidiada pero urgen por una nueva, los que protestan por la escolta abusiva de un mandatario europeo y hasta los bomberos que protestan por que hay mas incendios forestales. Todos piden opciones para mejorar y reclaman por derechos que les asisten. Pero no vemos a nadie levantando la voz por esos millones de seres humanos que no saben cómo salir de esa noche oscura y plena de hambre que ahoga sus esperanzas.
La respuesta no está únicamente en la continuación del asistencialismo; de la misma manera, tampoco lo está en esperar la construcción de una sociedad mejor a partir de la simplista y sentenciosa frase “No dar el pescado, sino enseñar a pescar”. No hay tiempo para hacer eterna la primera salida ni para esperar la maduración de la segunda. Las naciones desarrolladas y líderes del mundo deben avanzar con acciones serias para mitigar el hambre y deben hacerlo pensando creativamente en las soluciones de corto y largo plazo para los sin esperanza de hoy día.
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